Eduardo Chillida – Godofredo Ortega Muñoz
En junio de 2022 el museo puso en marcha BBKateak, una iniciativa que, a lo largo de estos dos años, ha permitido exhibir en las 21 salas del edificio antiguo 64 encuentros entre 110 artistas de la colección. La línea curatorial ha pretendido mostrar de forma dinámica -con un cambio semanal de sala- la extensión de la cronología y la riqueza de la nómina de artistas, así como la enorme variedad de técnicas y propósitos creativos que alberga la colección del museo.
El programa finaliza ahora con un encuentro excepcional entre dos grandes del arte vasco y español del siglo XX, aparentemente ajenos en sus intereses y en el desarrollo de su trabajo: Godofredo Ortega Muñoz (San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1899-Madrid, 1982) y Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002).
Con este objetivo, las tres salas que ahora se presentan reúnen 21 obras: 12 de Chillida -siete esculturas, en granito, terracota (dos), alabastro, acero, piedra y madera-, y cinco obras sobre papel, y nueve pinturas de Ortega Muñoz.
El historiador Javier González de Durana, coordinador artístico de la Fundación Ortega Muñoz (Badajoz), ha seleccionado cada una de las piezas que se exponen en función de una sutil conversación de líneas, colores, vacíos y gestos que ponen en evidencia puntos de encuentro, y también diferencias.
La mirada entrecruzada sobre la obra de ambos artistas queda también reflejada en el pequeño libro, con textos de González de Durana, que el museo ha editado para la ocasión.
Eduardo Chillida - Godofredo Ortega Muñoz
A pesar de ser de generaciones diferentes, Chillida y Ortega Muñoz coincidieron personalmente en diversas ocasiones y también formando parte de exposiciones durante las décadas de 1950, 1960 y 1970. Además de usar distintos materiales y técnicas
-Chillida predominantemente escultor y Ortega Muñoz, pintor- se movían en registros y con propósitos muy alejados entre sí, en mundos que conceptualmente tenían escasa o nula relación.
Chillida representaba hacia dónde se iba –la invención de un lenguaje abstracto personal– y Ortega Muñoz, de dónde se venía –el realismo en los géneros comunes de la pintura-. Nadie vislumbró entonces alguna clase de vínculo o familiaridad entre ellos, sino más bien una contraposición.
Sin embargo, pasado más de medio siglo y superadas las simplificaciones teóricas que relacionan realismo con tradición y estancamiento, y abstracción con vanguardia y progreso, hoy se puede reconocer la existencia de un fondo común de modernidad que cada uno alcanzó a su manera y, en ocasiones, mediante soluciones formales y compositivas cercanas entre el universo formal de las esculturas, dibujos y grabados de Chillida y los paisajes pintados de Ortega Muñoz.
Además de esta voluntad de modernidad, les une ser poseedores de una personalidad ajena a modas y grupos, y la defensa coherente de sus búsquedas y hallazgos artísticos.