Parc del Maridià (Parque del Meridiano)
Para situar y localizar un punto sobre la superficie de la tierra, la esfera terrestre se ha dividido en una serie de líneas imaginarias denominadas paralelos y meridianos. Los paralelos son círculos menores paralelos al ecuador, que es el circulo máximo perpendicular al eje de la tierra y que divide a ésta en dos partes iguales (hemisferio norte y hemisferio sur). Los meridianos son círculos máximos que pasan por el polo norte y el polo sur y, por tanto, son perpendiculares al ecuador.
Se denomina latitud de un lugar al arco de meridiano contado desde el ecuador hasta el lugar. La latitud norte es cuando el lugar se encuentra en el hemisferio norte y latitud sur, en caso contrario.
La longitud es el arco del ecuador medido desde el meridiano de Greenwich hasta el meridiano del lugar. Se denomina longitud este cuando el lugar se encuentra al este del meridiano de Greenwich y longitud oeste en caso contrario. Cualquier lugar sobre la superficie de la tierra puede ser localizado unívocamente mediante sus coordenadas geográficas (latitud y longitud), que son siempre la intersección de un paralelo con un meridiano.
Los paralelos y los meridianos se encuentran representados en todas las cartas, mapas y globos terráqueos, de forma que, conociendo sus coordenadas geográficas, es fácil localizar cualquier lugar siguiendo el correspondiente meridiano y paralelo y encontrando su intersección.
Actualmente, gracias a los modernos sistemas de posicionamiento GPS, podemos conocer las coordenadas de un lugar de forma rápida y sencilla pero ésto no ha sido siempre así. Aunque desde la antigüedad, se conocen métodos para calcular la latitud (el más sencillo es medir la altura de la estrella polar sobre el horizonte), en el siglo XVIII, el problema de obtener la longitud en el mar era el dilema científico más espinoso de la época. Al no poder medir la longitud, los marinos no podían conocer su situación en el mar apenas perdían de vista la costa, lo que desembocaba las más de las veces en prolongaciones excesivas de los días de navegación y, en el peor de los casos, en catastróficos naufragios.
Ya en 1598, el Rey español Felipe III ofreció una generosa pensión vitalicia a aquel que fuera capaz de resolver el problema de la longitud, aunque fueron muchos los que lo intentaron, motivados por la generosa recompensa (incluso el famoso Galileo aportó un método) ninguna de las soluciones propuestas lograba resolver el problema de forma clara y con la suficiente precisión. También, otras naciones establecieron premios similares (Portugal, Holanda, Venecia) pero con resultados similares.
En 1675, el Rey Carlos II de Inglaterra fundó el Observatorio Real de Greenwich para que “con la mayor exactitud y cuidado se rectificaran las tablas de los movimientos de los cielos y los lugares de las estrellas fijas para perfeccionamiento del arte de la navegación”.
Posteriormente, en 1714, bajo el mandato de la reina Ana de Inglaterra, se promulgó el Decreto de la Longitud, en el que se ofrecía una recompensa de 20.000 libras (el equivalente a varios millones de euros en la actualidad) a quién aportara un método para determinar la longitud en alta mar con un error no superior a medio grado de círculo máximo.
El problema lo resolvió un relojero llamado Harrison que inventó un cronómetro marino con una precisión desconocida hasta la fecha. Este reloj se ajustaba a la hora del Meridiano de Greenwich antes de salir de puerto y mantenía la misma durante toda la travesía con asombrosa exactitud.
De esta manera, con la ayuda de tablas náuticas elaboradas en el Observatorio de Greenwich que indicaban las horas de paso de los astros mas visibles del firmamento por el Meridiano de Greenwich, fue posible calcular la longitud en alta mar con la precisión requerida.